Axel Didriksson
MÉXICO, D.F., 14 de abril.- Cuando se comparan los resultados y el desempeño de los sistemas educativos alcanzados por otros países, o la manera como desarrollan innovaciones tecnológicas, inventos, patentes y nuevos conocimientos, la pregunta obligada es: ¿Por qué esto no ocurre en México?
La respuesta, por supuesto, no es el carácter de los mexicanos, ni sus creencias, ni lo que come, ni las condiciones en las que vive, porque todo ello, siendo importante, no es determinante. Las causas centrales han sido y son las decisiones y políticas que se han definido en materia de prioridades y estrategias a nivel gubernamental, así como las concepciones, interpretaciones y acciones en el ámbito de lo educativo.
En ese sentido, en el país se padece de una gran cantidad de decisiones equivocadas, que se han vuelto falacias repetidas sin descanso y que explican los magros alcances que se tienen en la educación, en la investigación y en el desarrollo tecnológico. Aquí señalamos algunas de ellas.
Las políticas y las decisiones educativas han sostenido la idea de que lo único que se tiene que hacer es garantizar el acceso y la permanencia de niños y jóvenes en el sistema de educación formal. Con todo y que los niveles de desigualdad e iniquidad en el acceso a la educación son verdaderamente alarmantes (34 millones de mexicanos no han alcanzado a cubrir lo que se considera “educación básica”), lo principal se ha dejado al garete, esto es, que el derecho a la educación es sobre todo el derecho a aprender.
Quienes se encuentran en el sistema escolar pueden decir que pasan pruebas o suben escalones de grado a grado, pero no que están aprendiendo conocimientos fundamentales para su vida, para sus relaciones sociales y económicas, ni valores para su futura ciudadanía. Los que alcanzan a culminar una licenciatura tienen tan pocos aprendizajes polivalentes y tan elementales capacidades, que apenas egresan ya deben empezar a tomar cursos de actualización o de reciclaje, y se enfrentan a un mercado laboral y a una sociedad que les parecen muy alejados respecto de lo que se les inculcó de forma rígida en sus planes y programas de estudio.
Se ha creído, también, que repartiendo becas a diestra y siniestra se garantiza la permanencia en los estudios y se abate la deserción. Hasta ahora esto no ha ocurrido de forma sostenida, porque intervienen factores múltiples que no pueden resarcirse con una mensualidad. Y aunque algunos, con o sin beca, pueden tener permanencia en los estudios, ello no incide ni en la calidad de los mismos ni garantiza una trayectoria escolar exitosa ni permanente.
La idea de que con ciertas exenciones fiscales o devolución de impuestos mejorará la educación es también una falacia, al igual que la creencia de que el nivel educativo se elevará haciendo muchas pruebas y evaluaciones. Tampoco esto es cierto, porque mientras no se usen las evaluaciones para poner en marcha cambios en los componentes que sí inciden en la calidad de los aprendizajes (currículum, desempeño de los profesores y su profesionalización, infraestructura, gestión de los conocimientos, y puesta en marcha de programas masivos para superar las deficiencias de origen socioeconómico con un aprendizaje significativo y para toda la vida), las cosas no van a cambiar por más pruebas que se realicen.
El modelo de formación de profesores tampoco cambiará sólo con la aplicación de pruebas controladas, y que nadie sabe cómo se evalúan, para la asignación de plazas. La única manera será orientando la práctica profesional de los docentes a la resolución de problemas centrados en la escuela, en el desarrollo de una nueva estrategia de descentralización que haga posible integrar su formación con su práctica, en propiciar el trabajo de equipos combinados, y en el impulso a la investigación educativa que apoye la innovación académica, pero no la que sirve para justificar decisiones burocráticas o políticas.
Las falacias que se inventan y reproducen en el país han ocasionado que el derecho a la educación no se cumpla para todos en igualdad de condiciones y calidad, que el acceso y la permanencia en la escuela sea para los menos y no para los más, y que el derecho de aprender para toda la vida sea un privilegio limitado, al punto de que con el paso del tiempo no han mejorado los indicadores de desarrollo humano. Ocurre exactamente lo contrario: Las decisiones políticas en materia educativa apuntan a un modelo de país cada vez más antihumano, anticivilizatorio, de ficción y, efectivamente, de telenovela…l